
Barack Obama es el 44º presidente de los Estados Unidos de América al proclamarse vencedor de las elecciones presidenciales. No hablaré de su vida y milagros. Para eso ya está la biografía del primer presidente de raza negra de esta nación. Posiblemente el
sueño de
Martin Luther King se esté haciendo realidad. La pena es que no viva para verlo. O quién sabe si a estas horas estará dando saltos en algún lugar del más allá. Desde luego el cambio no ha podido llegar en un momento más oportuno. En plena crisis financiera que nos arrastra al resto y una patente falta de liderazgo del ahora presidente en funciones de la Unión, quien ha tratado de disimular con una cumbre para dar soluciones que seguramente lleguen tarde. Sí, la misma que a nuestro Zapatero le trae de cabeza, tratando de camelarse al portero de Sarkozy desde hace semanas. Sería más facil que me dejasen entrar en
Vanilla en chanclas (para los que no lo conocéis, es un local super-fashion de la noche madrileña) que a Rodríguez y Moratinos les inviten a sentarse a la mesa de los elegidos del G-20, como el capullo que nos acompañó aquel día -lo siento pero no me viene una palabra que le defina mejor- tratando de franquear la entrada al recitar al azar nombres de supuestos relaciones públicas que le habían invitado y después justificando que su calzado era 'de marca' y más caro que unos zapatos.
Volviendo a EE. UU. Obama ha tenido el apoyo descarado en Europa, tradicional aliada del Partido Demócrata, y por qué no, el presidente electo se ha molestado en hacer campaña también fuera de su país. Una campaña que se más se parece a una carrera de fondo, donde uno se las tiene que ver primero con sus propios compañeros de partido en un territorio que abarca una distancia similar de un vuelo de Madrid a New York. No conforme con eso también ha cruzado el charco para reunirse con los príncipales líderes europeos. Una carrera de fondo en la que uno se paga el dorsal con dinero de su bolsillo y el de sus simpatizantes en una guerra sin cuartel en la que el último tramo puede dejar en la ruina si no es proclamado candidato. Igual que en España vamos...
Y de verdad que lo siento, y es que las comparaciones son odiosas. Después de dejarse la piel y las uñas con los compañeros de filas toca ser elegante con el rival final. No todo vale para alojarse en la Casa Blanca durante al menos los próximos cuatro años y a pesar de tratarse de un sistema bipartidista
son los candidatos quienes ganan las elecciones y no los partidos. Y convertirse en jefe del Estado no equivale necesariamente a poder ilimitado. Por ejemplo, los presupuestos están severamente controlados por el
Congreso, a quién el hombre (quizá algún día la mujer) más poderoso de la tierra tiene que acudir de rodillas para 'una derrama' o antes de firmar un tratado internacional.
Y la guinda del pastel. Los estadounidenses son ante todo eso. Por mucho arraigo que sientan a su trocito de tierra de Vermont o West Virginia, a pesar de gozar de autonomía federal todos son uno cuando se trata de su nación. Posiblemente se deba al tratarse de un estado relativamente joven comparado con los 'grandes' europeos, y no olvida su sometimiento a la metrópoli hace algo más de 300 años. Nosotros ya no recordamos que estuvimos bajo el dominio musulmán durante casi 800. Los que parecen no olvidarse son ellos.
Y por supuesto que no todo el monte es orégano, ni siquiera en Oregon. La posesión de armas de fuego, la pena de muerte en algunos estados, la profunda desigualdad económica son sombras del sueño americano. Quizá ese empeño en defender la libertad individual y la igualdad de oportunidades a ultranza, donde la libre competencia es casi sagrada. Como ya dije en mi una de mis primeras entradas,
la 'pesadilla' de Bill Gates ha sido fundar su imperio en su país. De haberlo hecho en España a estas alturas sería el rey del mambo del
software.
No me importa reconocer que los norteamericanos me dan envidia por su separación real de poderes, la organización de la sociedad civil y sobre todo su patriotismo, quizá a veces excesivo. Lo cierto es que echo de menos ver un poco más mi bandera en mi propio país. Si un día me voy a Gran Bretaña y me molesta que enseñen su bandera, y al siguiente en Francia y al otro en Portugal, me parece que no son ellos quienes tienen el problema.