
Durante unos días de vacaciones he viajado por este hermoso país y quiero escribir aquí sobre esta experiencia. Es la primera vez que 'cruzo el charco' y es asombroso pensar que hemos tardado algo más de ocho horas en realizar el trayecto que a Colón le llevó algunos meses. Como ya me dí cuenta hace años, una vez que coges un avión, tu concepto de la relación tiempo-espacio ya no es el mismo.
Al aterrizar se podía apreciar una especie de colonia de favelas, donde la gente prácticamente hace su vida en la calle. Más tarde supe que los negocios están abiertos hasta las 11 de la noche. Llaman la atención la cantidad de puestos callejeros donde se vende comida cocinada. Otro tema es la circulación: no existe limitación de velocidad, puedes cruzarte con vehículos que no van a más de 50 km por hora en autopista y el uso del intermitente es prácticamente nulo. Otros detalles que llaman la atención es la cantidad de coches parados con averías, normalmente pinchazos, tratando de solventarlas el propio conductor o con ayuda de otros. Aquí ahora nos dicen que las cambiemos nosotros, a pesar de que el coche lleve el gato elevador, y seguro que nos quedamos con cara de decir ¿tú estás majareta? Y es que antaño todavía no existía eso de la asistencia en carretera.
¿Y el tráfico? Santo Domingo es una ciudad caótica. Los atascos son monumentales y sólo existen semáforos en las vías principales. En las demás no hay señales ceder el paso mucho menos de Stop. Sólo os digo que al lado de aquello, los atascos de Madrid en hora punta me parecen una balsa de aceite.
Una tarde nos acercamos al mercado que se organiza todos los lunes en Dajabón, localidad fronteriza con Haití. Al llegar una de nuestras amigas me advierte que me quite la cadenita de oro que llevo y se la entregue para luego guardársela en un pequeño bolsillo de su pantalón. Al bajar del coche comprendo por qué. Rápidamente se nos han acercado varios hombres ofreciendonos botellas de licor y al acercarnos al mercadillo comprobamos que la mayoría son haitianos que venden fruta, ropa interior femenina o las tripas de una vaca. El panorama es realmente desolador. Ni siquiera me atrevo a sacar la cámara.

Los cortes en el suministro eléctrico son frecuentes en esta zona. Sin embargo, a pesar de la pobreza la gente vive con mucha dignidad. Uno de los días visitamos una escuela y allí comprobé que la forma que tienen de educar a los niños difiere bastante de la nuestra: Al entrar en clase izan la bandera y cantan el himno. Una cosa que me llamó mucho la atención es que casi todos los estudiantes van uniformados.
Santo Domingo, aparte de caótica, de noche es una ciudad peligrosa. Para moverte de un lugar a otro tienes que llamar por teléfono para que un taxi para acuda a recogerte, y es conveniente solicitarlo al nº que te faciliten en el hotel o bien a alguno de confianza si te acompañan dominicanos para no correr riesgos innecesarios. No hubieramos sido los primeros en quedarnos sin zapatos en plena calle, aparte del dinero y la documentación que lleves encima. Al entrar en uno de los locales de ocio nos pasan un detector de metales: en este país es legal portar armas de fuego si cuentas con el correspondiente permiso. En muchos establecimientos públicos y bancos con cajero automático contratan a un guarda armado con una recortada. No sé si se puede llamar miedo la sensación que tuve pero sí fue bastante incómoda... La policía también sufre la corrupción entre sus filas.
Para conocer la zona colonial uno de los taxistas del hotel hizo de ciccerone. Me cuenta que tuvo que irse a trabajar a Estados Unidos y que su ex-mujer, cansada de la soledad le dejó por un español que se la trajo con su hijo. Vaya, si es que ni con su oro nos conformamos -pienso-. Pero lejos de sentir animadversión hacia nuestro país me cuenta que los españoles nos teníamos que haber quedado porque eramos más tolerantes, y "no nos creíamos los amos del mundo".
-Como los americanos ¿verdad?, -le pregunto. Lo siento pero me lo puso a huevo-.
-Ahh, ¡Esos gringos!... Replica con gesto agrio para continuar echando pestes del actual imperio.
Cuando llegamos a la zona colonial mientras me enseña la fortaleza y la Catedral Primada de América exclama con vehemencia, casi poseído:
-¡Toooodo esto es suuuyo!
-¡Toooodo esto es suuuyo!
Le respondo que así sería hasta el día en que se independizaron, concretamente un 25 de febrero.
Otra de las cosas 'curiosas' fue que no podía salir yo mismo del taxi sino que el hombre tenía que bajarse para abrirme la puerta por mi seguridad. Al llegar frente a un edificio oficial se puso a discutir con uno de los guardias para que retirara los conos para dejarle parqueo libre porque traía 'a un turista'. Para mi sorpresa el guarda finalmente cede y los retira, el tío parquea su coche y claro, como yo no puedo salir, se baja a abrirme la puerta. Hasta parecía que yo era alguien... Luego me explicó que los conductores que llevan a los turistas son responsables de su seguridad, e incluso tenía permiso de armas y le obligaban a contratar un seguro.

En la fortaleza coincido con una pareja de estudiantes de unos doce años a los que les digo que son un poco jóvenes para ser guías a lo que la chica me contesta con ese partícular acento: -Sí señor. Pero tenemos suficientes conocimientos para ayudarle a conocer mejor nuestra ciudad.

En este lugar tengo la impresión de no haber salido de Castilla. Les digo que este tipo de arquitectura es idéntico al que podrían encontrar en Segovia, Avila, Toledo o incluso en el casco antiguo de Madrid. También les comento que habría sido imperdonable recorrer más de seis mil kilómetros y perderme esta maravilla. La muchacha me habla de la Semana Santa dominicana, algo diferente a la nuestra... Me transmite el deseo que me encuentre agusto en su tierra y el orgullo de ser dominicanos. No sé por qué, en ese momento sentí cierta envidia. Una vez más, lo odioso de las comparaciones.