
La vuelta de vacaciones es siempre dura, parafraseando al mundo de Matrix, porque supone la vuelta al mundo real.
La depresión post-vacacional es un síndrome de lo que ha sido de toda la vida para la mayoría de los mortales, pongámonos como nos pongamos, el trabajo, el curro: una verdadera jodienda... Sobre todo para el que lo tiene, y no digamos para los que no. Parece un callejón sin salida. Que estaremos condenados a la infelicidad porque no tenemos la suerte del abuelo de Majaelrayo.
Y no es que esto tenga mala pinta, apesta. Y mucho. Ya demasiado. Si no es por los muertos en esa guerra 'legal' en Afganistán, o misión de paz según el cristal con que se mire, o el botón que aprietes del mando a distancia, es por los informes que nos ponen por detrás de la República Checa en competitividad -el que visite aquel precioso país se dará cuenta que también en otras muchas cosas más-, o porque estamos en el furgón de cola del mundo supuestamente desarrollado, o porque un dictadorzuelo con vocación de showman -no quiero insultar injustamente a los payasos- viene a la casa del Libro de Madrid como podría haberse refocilado en alguna de las casas de lenocinio con su séquito de matones porque nos vende bombonas a buen precio con el presi de una gran petrolera como ciccerone. Si hay que pecar, se peca. Todo por la patria, y más por el negocio. Se llevó cincuenta libros seguramente porque cincuenta ladrillos ocupan demasiado sitio en el equipaje. O porque se perdone la deuda a otro colega que se ha enterado que chulearnos está de moda mientras aquí los comedores de Caritas no dan abasto.
O si no porque aparece la familia Zapatero con espíritu de Halloween fuera de calendario. O porque nos hemos dado cuenta que nuestros niños se nos suben a las barbas porque el nuevo talante prohibe terminantemente no ya ponerles la mano encima, sino mirarles mal... Pobrecillos. O porque el papá de turno no tiene lo que hay que tener para decir lo que tenga que decirle a su jefe que le putea todos los días y agrede a la profe de su hijo. O porque somos muchos los que pensamos que otros hijos de nuestra santa democracia se cachondeasen de la policía hubiera sido impensable en el siglo pasado.
No es sólo crisis económica -dicen- sino también moral. Puede ser. Lo que sí tengo por cierto es que hace unos doscientos y pico de años hubo otra crisis en Francia, y bastante más gorda que la nuestra pues la gente moría de inanición por las calles, aunque tiempo al tiempo. Y ya sabemos cómo terminó aquello.