Hemos vuelto a sufrir el zarpazo de los terroristas, esta vez en Afganistán. Los caprichos del destino han querido que la muerte les haya encontrado a miles de kilómetros de su casa. Se marcharon con el petate cargado de ilusiones para ayudar a hacer la vida más digna en un país extraño, con una evidente precariedad de medios para hacer frente al monstruo que impone el burka, la ley del talión, la exclusión de la mujer del trabajo y la educación, en definitiva de la vida. Se enfrentaban a un enemigo armado con una de las peores armas de destrucción masiva: la heroína, sin importar que sean talibán o muyaidines de Saddam Hussein. Qué más da si los perros que nos desgarran son galgos o podencos.
Vaya desde aquí mi modesto tributo, un abrazo a los familiares y a los heridos en esta y las demás GUERRAS.