31 de diciembre de 2010

Feliz Año Nuevo

Era guapísima, pensó. La mujer más guapa del mundo. Un vestido negro, escotado por detrás, el pelo recogido en la nuca. Unos ojos grandes e inteligentes que lo miraron de esa manera singular con que miran algunas mujeres, como si se pasearan por dentro de ti, escudriñándote cada rincón, y esa certeza te erizara la piel. No sabía cómo se llamaba, ni quién era. Ni siquiera si estaba con otro. Pero comprendió que era ella. Así que venció el nudo que se le había hecho en la garganta y dijo aquí te la juegas, chaval, te juegas el resto de tu vida, y a lo mejor haces el ridículo más espantoso; pero sería peor no intentarlo. Así que se fue derecho hacia ella, recorriendo esos cinco últimos metros que ningún hombre inteligente franquea si no son los ojos de la mujer los que invitan a recorrerlos.

Hola, me llamo tal, dijo. Y no me perdonaría nunca dejarte salir de mi vida sin intentarlo. Ella lo miró despacio, evaluando su sonrisa algo tímida, la manera sencilla que tenía de estar de pie ante ella, encogiendo un poco los hombros como diciéndole ya sé que lo hemos visto muchas veces en el cine y por ahí, pero no puedo evitarlo. Te pareces a esas cosas que uno sueña cuando es niño. Lo consiguió. La felicidad le estallaba dentro y el mundo y la vida eran una aventura maravillosa. Bailaron, rieron. Compartieron sus mundos e hicieron que éstos empezaran a fundirse el uno con el otro. Música, cine, viajes, libros. Tiene cosas que yo necesito, pensó. Cosas que a mí me faltan. A veces se quedaban callados, mirándose un rato largo, y ella sonreía un poco, casi enigmática. Quizá se sienta como yo me siento, pensó él. Tocó su piel, rozándola con precaución al principio. Acercaron los rostros para conversar entre la música, acarició su cabello, respiró su aroma, asimiló cada registro de su voz. Algo hice para merecerla, pensó de pronto. Los años de colegio, la facultad, el trabajo, la lucha por la vida. Sentía que era un premio especial; que una mujer así no caía del cielo a cambio de nada. Eso lo hizo sentirse más seguro, más cuajado y adulto. Y en sólo unas horas, maduró.

Se hizo lúcido y se dispuso a merecerla. Llegaron las campanadas. Ding, dong. Todos bailaban y reían, brindaban, chocaban las copas salpicándose de champaña. Feliz 2001. Feliz año nuevo. Él nunca había sido muy sociable; tenía sus ideas sobre las fiestas de año nuevo en general y sobre la Humanidad en particular, y no eran ingenuas en absoluto. Sin embargo, aquella vez amó a sus semejantes. Los habría abrazado a todos.

Con la última campanada ella se quedó mirándolo en silencio, la copa en la mano, la boca entreabierta, y él se inclinó sobre sus labios. Sabían a champaña y a carne tibia, y a futuro. Alrededor los amigos aplaudían y bromeaban sobre el flechazo. Ellos seguían mirándose a los ojos y se besaron de nuevo, ajenos a todo. Y más tarde, rozando el alba, la acompañó a su casa. Se besaron de nuevo en el portal, mucho rato, y él regresó a casa caminando en la luz gris del amanecer, las manos en los bolsillos, sintiendo deseos de dar pasos de baile, como en las películas. Estaba enamorado.

Pasaron los meses y se amaron con locura. Ella estaba en el último año de carrera; él, a punto de conseguir el trabajo soñado. Viajaron juntos y hubo un verano maravilloso, el mar, los paseos por la playa, las noches cálidas. Cuando estaban juntos apenas necesitaban otra cosa. Ella se le aferraba, jadeante, sus ojos muy abiertos cerquísima de los suyos, abrazándolo como si pretendiera hundírselo para siempre en las entrañas. Te amaré toda mi vida, dijo él. Me parece que deseo un hijo, dijo ella. Que se parezca a ti. Que se nos parezca. El mundo era una trampa hostil, pero podía ser habitable, después de todo. Era posible, descubrieron sorprendidos, construir un lugar donde abrigarse del frío que hacía allá fuera: un refugio de piel cálida, de besos y de palabras. A veces se imaginaban de viejos, con nietos, libros, un pequeño velero con el que navegar juntos por un mar de atardeceres rojos y de memoria serena.

Aquel año consiguió el trabajo por el que había luchado da su vida. Un puesto de responsabilidad en una multinacional importante. El primer día que fue al despacho, al llegar a su mesa situada junto a la ventana con una vista maravillosa de la ciudad, pensó que había llegado a algún sitio importante, y que el triunfo también era de ella. Tenía que compartir ese momento, así que descolgó el teléfono y marcó el número de la casa donde ahora vivían juntos. Estoy aquí, lo he conseguido. Estoy en la cima del mundo, dijo. Y te quiero. Mientras hablaba, sus ojos se posaron, distraídos, en el calendario que estaba sobre la mesa: martes 11 de septiembre. Luego se volvió a mirar por la ventana. El día era hermoso, los cristales de la otra torre gemela reflejaban el sol de la mañana, y un avión enorme se acercaba volando muy bajo.


ARTURO PÉREZ-REVERTE





24 de diciembre de 2010

Feliz Navidad



En aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento fue hecho cuando Quirino era gobernador de Siria. Todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad. José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta.

Al llegar, no encontraron alojamiento y se refugiaron en una gruta cercana que tenía la entrada protegida, con paredes y algo de techo y que se usaba para cobijar ganado. Estando allí se le cumplieron los días y dio a luz a Jesús; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre. Unos pastores aquella noche vieron un ángel resplandeciente que les daba la buena nueva:

-No os asustéis porque vengo a daros una noticia muy grata. En Belén os ha nacido hoy el Salvador, que es el Mesías, el Señor. Lo reconoceréis porque está envuelto en pañales y recostado en un humilde pesebre.

Una muchedumbre del ejército celestial se unió al ángel y exclamaba:

-¡Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres que aman al Señor!

Los pastores acudieron presurosos y hallaron a María, a José y al Niño recostado en el pesebre y lo adoraron.

(Lucas 2, 1-20)

(Texto adaptado por D. Samuel Valero. Biblia infantil. Editorial Alfredo Ortells, S.L. Valencia. página 158)


Feliz Navidad a todos.

23 de diciembre de 2010

En caída libre









Tomarás esa sangre con tus manos, la tuya propia y la de los demás. (Biutiful)



Otra tarde tonta de domingo, tan peligrosa que empuja a divagar o a mortificarse un poquito con el último dramón de la fábrica González Iñárritu para calmar mi vicio secreto. Cuando te metes en la sala a ver una de sus películas ya sabes a lo que vas. Es lo más parecido a una semana de pasión fuera de Semana Santa aunque no en el sentido religioso del término. En eso el trailer no engaña en absoluto: la sórdida existencia en los arrabales de Barcelona en pleno siglo XXI, pero que bien pudiera tratarse de cualquier otra gran ciudad con fuerte inmigración. Uxbal (Javier Bardem) está gravemente enfermo y busca desesperadamente un futuro para sus dos hijos pequeños en mitad de la inmundicia, con una madre que no ejerce como tal y buscándose la vida traficando con drogas y también con personas: una denuncia del negocio de la inmigración ilegal en el primer mundo, y no sólo la china.

Iñárritu escribió el guión pensando en Javier Bardem para el protagonista y una vez más su camaleónica interpretación no me defraudó. Al contrario que en Babel, esta vez ha preferido centrarse en un personaje y en un solo lugar lo que la hace también más claustrofóbica. Lo que sí comparten es que no son para deleitarse o evadirse, aunque consigue que salgas del cine pensando que hay gente con verdaderos problemas. Aunque para ser sincero, no me cuadra que alguien que guarda tanta pasta viva en un sitio tan cutre.




Ya no recuerdo si comencé a beber porque me dejó mi mujer o si fue al revés. Ben (Nicholas Cage) en Leaving Las Vegas.



Ben Sanderson (Nicholas Cage) es un publicista de éxito que es despedido debido a su adicción a la bebida. A partir de ese momento su vida se parecerá más a una bola de nieve. Por el camino encuentra a Sera (Elisabeth Shue), una prostituta que le acompañará en ese siniestro viaje hacia Las Vegas -dónde si no- para acabar sus días con la ayuda de su compañero inseparable. Personalmente me parece la película más demoledora acerca del alcoholismo junto con Días de vino y rosas; no en vano los protagonistas los encarnan sendos monstruos. Cage y Shue realizan uno de sus mejores trabajos, respaldado por una poderosa banda sonora con temas de Don Henley y Sting interpretando jazz el resultado no es menos impactante.





6 de diciembre de 2010

Estado de Alarma



El gobierno ha decretado el Estado de Alarma previsto en el ordenamiento jurídico español para situaciones excepcionales durante quince días como consecuencia de la huelga de los controladores del tráfico aéreo al amparo un Real Decreto que el gobierno se sacó de la manga el mismo viernes 3 de diciembre. Un Estado de Alarma de clamorosa ilegalidad según afirma Luis del Pino en su blog.

Vamos a las cifras que tanto gustan a los medios: 650.000 personas afectadas por el conflicto, 80 millones de euros diarios de pérdidas en la última de las patas que ayuda a sostener nuestra maltrecha economía. Detrás de ellas, encuentros truncados, merecidos viajes de placer -y también de no placer- frustrados. Ciertamente no muestran la cara más amable de este gremio, acusado de disfrutar de unas condiciones económicas al alcance de muy pocos y ahora también de haber reventado el puente más esperado del año. Lo más sagrado para el currante de este país, muchísimo más que la santa constitución española. Comparto que dejar a cientos de miles de ciudadanos en la estacada, aparte de una gran putada, es una irresponsabilidad como también lo es permitir que trabaje en las condiciones en que lo hace este colectivo con la aquiescencia de AENA y del gobierno. Son las voces de los controladores y algún afectado con un mínimo de sentido crítico que no se escuchan en los medios tradicionales.

José Blanco, ministro de Fomento y demagogo inveterado, ha encontrado su cabeza de turco para camuflar la pésima gestión de su gobierno y los efectos de la crisis económica, ya con todas sus letras. Pérez-Rubalcaba, la cabeza pensante y la mano fuerte que mece la cuna por si alguien aún lo dudaba, ha sometido a los controladores previa firma del presi a las reales ordenanzas militares, en román paladín, que los controladores van a tener que currar por cojones bajo pena de ser acusados de desobediencia con lo que ello implica, como se hacía en tiempos pretéritos a esta nuestra constitución. No me negarán que resulta paradójico que el gobierno del progreso y del talante eche mano de los milikos que tanto les gusta a los fachas cuando el asunto se les va de madre. Y no digo que en ocasiones haya que hacerlo, como en tantas otras huelgas salvajes que los ciudadanos de este país hemos sufrido: como las del metro de Madrid que afectan a más de un millón largo de personas por cierto, o las de los pilotos -que al final suelen salirse con la suya y pelillos a la mar- o los ferrocarriles que casualmente se hacen en épocas de éxodo masivo de la ciudadanía.


Pero no se hace. ¿Por qué? Porque esos trabajadores tienen el derecho de ejercer su idem a la huelga. Y a ver quien es el guapo que manda al sargento Arensibia a conminar al piloto o maquinista que tenga la bondad de arrancar el motor y meter primera para primar el interés general sobre sus seguramente legítimas reivindicaciones, por supuesto en un tono de voz poco o nada suave ni pidiéndolo 'por favor' como la marcialidad española exige en estos casos e impedir que tantos trabajadores sufran un menoscabo en su mileurista sueldo. Ah, y casi se me olvida, porque esas huelgas las suelen convocar los sindicatos amigos o afines al sistema, o los lobbies de las alturas, nunca mejor dicho. Y al que no le guste ancha es Europa y el resto del extranjero.
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